martes, 27 de mayo de 2008

Inocencia

Su cuerpo emita aún ese dulce olor a niñez, mezcla de inocencia y demás, en la sangre llevaba chocolate amargo.
La niña no quería estar ahí, oh no no no! No quería estar ahí. Pero no podía hacer nada para salir.
Llevaba las mejores ropas del pueblo rellenas de carne rosa agitada, caliente, la niña era una mezcla corriente de deseo urgente, era una enfermedad asquerosa la que producía. Fiebres altas, dolores musculares en las extremidades superiores, vómitos de leche rancia, transpiración y culpa.
La niña tenía la mente del pueblo enfermo, sin dudas era un judas, la manzana prohibida que llevaba a la perdición humana, provocaba en extremos la lujuria aberrante.
Inocente proyecto de mujer, a su paso tranquilo y azucarado dejaba dolor de vida, esperma corriendo y chocando contra si misma. Provocaba, esa diminuta criatura, el deseo de cada óvulo libre a la redonda y los mismísimos fetos uterinos la deseaban.
Y por eso estaba ahí, aunque la niña no quería estarlo, ella quería correr y jugar libremente, nadar las aguas de la inocencia a pecho desnudo sin que ningún pez tratara de penetrarla.
Ahí estaba la niña sentada siempre al final del cuarto, frente a la puerta que daba a aquel pasillo eterno.
Quieta, apacible, con la piel rosa como siempre, no era que no sintiera ni que la cuestión le gustase – ¿acaso no quedo claro? Ella no quería estar ahí – solo dejaba que todo sucediera, sin más, mientras su mente jugaba otros campos.
Por otro lado, las caricias internas a veces dolían e interrumpían su juego.
Las manos acariciaban su calor, corrían lentamente las cortinas de carne, hacían cosquillas en su interior.
Luego el ritmo, adentro, afuera, siéntelo niña, reacciona.
Ella, apacible.
Más adentro, más profundo, siéntelo, que te duela, tu humedad huele a flores de jardín. Vida pura.
La niña sentía como su cara era tomada por dos manos, cerró los ojos y se dejo llevar por la suavidad de esos labios, una lengua joven con sabor a flor humana, la niña comenzó con lo anterior. Corrió las cortinas, introdujo suavemente sus dedos en aquella húmeda y caliente cavidad.
Parecía una noche de verano, esas en las que el cielo demuestra la excitación previa a la tormenta, donde la inundación era el apogeo del pueblo.
Y el pueblo observaba, ardiente de plenitud, en pleno coito. La masa tocaba frenéticamente su sexo, el ajeno, gozaba sin perder un segundo de vista a la niña que no quería estar ahí… y a la otra niña… a las manos penetrantes de ambas. La totalidad de la masa rítmica inhalaba ese dulce olor a niñez y veía la amarga sangre sabor chocolate emanando cascadicamente de las flores que esas niñas llevaban.
Niñas canela, que no querían estar ahí.

01/01/07


Si no fuera por Mariano no me acordaba de esto... bah, algun día lo iba a hacer no?

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